lunes, 7 de junio de 2010

Cosme Puerto Pascual, O. P.

El mayo del 68 puede considerarse un gran acelerador de la historia de la sexualidad y un catalizador de los cambios ocurridos, pero hoy es inútil recurrir a él como solución de los desafíos sexuales del presente porque hace 40 años no había sida ni estaba amenazado el planeta con catástrofes ecologistas ni existía la globalización ni existía la glorificación o deificación del sexo.
¿Qué queda, pues, en el campo sexual del mayo del 68? Creo que es lícito hablar de un espíritu sexual vigente. De hecho, mencionar en sexología el mayo del 68 demuestra que ocupa todavía un lugar y que vuelve a tener sentido. Suenan voces de la necesidad de una nueva revolución sexual y comenzamos a preguntarnos sobre qué bases podemos construir un nuevo camino ya que necesitamos un nuevo proyecto sexual. La resaca que ha traído la reivindicación de la libertad sexual y los frutos logrados nos animan a reivindicar en este campo la nueva revolución de una sexualidad integrada en el amor e igualdad de los sexos y firmar la paz en la guerra de los géneros.
Nuestro gran filósofo y profesor en valores J. A. Marina, nos dice en su obra: “El rompecabezas de la sexualidad”, que en el horizonte cultural de hoy comienzan a sonar las campanas animando a un nuevo y más amplio marco del rompecabezas de la sexualidad y su integración en la afectividad y el amor. Nueva revolución o proyecto, que primero exige coser todos los hilos descosidos y deshilachados de la libertad sexual que propusieron los soñadores del 68 y que nos llevó hacia la permisividad y el libertinaje. Pero sin aquella revolución de la libertad sexual, no podría soñarse ni pedirse otra.
El momento presente se da cuenta y agradece lo que en el campo sexual aportó el mayo del 68, ya que sin ese pasado reivindicativo y el camino recorrido, no podríamos soñar en una revolución afectiva basada en la igualdad mutua de los sexos.
La revolución en el campo sexual se cargó los valores y normas éticas del pasado por trasnochadas e inmovilistas y se comenzó a respirar un aire nuevo, que implicaba el sentimiento y tal vez una cierta culpabilidad al comprender que los valores y normas éticas de la sexualidad del pasado no volverían a ser las mismas sin modificar su negatividad y represión. En aquel momento, la Iglesia católica perdió el poder y diálogo con los jóvenes y estos comenzaron a abandonarla al no ver cambios y apoyo en ella para sus reivindicaciones, buscando en otras religiones lo que necesitaban para vivirla de forma positiva y placentera en igualdad con la mujer.
Las estructuras sexuales autoritarias se suavizaron y se amplió el ámbito sexual individual frente al colectivo. Se debilitó la vieja idea de un cambio sexual conducido por los poderes sociales y religiosos y la ciudadanía impuso sus reivindicaciones. Los poderes centrales se descentralizan, se admiten los derechos sexuales y la educación sexual comienza a impartirse en las escuelas y universidades sin el apoyo de los grupos ortodoxos y la ultraderecha.
Tal vez a nivel religioso fue una premonición de que el predominio del poder y pensamiento religioso del pasado comenzaba a perder influencia entre la juventud europea y a resquebrajarse. Frente a la espontaneidad y el ejercicio de la libertad sexual, los poderes del estado y de la Iglesia perdían su influencia y tal vez es uno de los rasgos que todavía continúa en el campo sexual pues no olvidemos que la juventud estudiantil apoyó esta rebelión contra las estructuras autoritarias de la sociedad en general.
Los frutos positivos o negativos dependen del color de las gafas con que se mire. Unos lo valoraron como un simple espejismo, otros como un oasis de agua para una sociedad sedienta de cambio y la manera positiva de vivirla marcó nuevos caminos. Aunque el sueño de una sociedad mejor y de una nueva ética sexual no llegó y quedó una nueva semilla que germinó en las nuevas generaciones.
Esta revolución supuso para la juventud como un hachazo en la raíz al perder la sensación de sentirse en la iglesia como en su casa. Por eso, como sexólogo, sugiero abrir nuestras mentes y la imaginación para explorar dialogando juntos sus utopías y reivindicaciones desde una comprensión más positiva de la sexualidad y desde el Evangelio pues existen elementos suficientes para afirmar que no todo lo que pedían era condenable.
El esfuerzo de cavar hasta llegar al debate fundamental que subyace al desacuerdo superficial es preferible a seguir combatiendo desde la permisividad contra la insistencia de las normas y condenando a todos, aclarando el significado de vivir la sexualidad como don y regalo de Dios para la felicidad del ser humano. El otro camino es seguir condenando a la juventud y a la mujer por sus reivindicaciones mientras abandonan la filas de la Iglesia.


Cosme Puerto Pascual, O. P.

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