lunes, 16 de enero de 2012

Las Causas del Éxito de David Brooks

David Brooks es un periodista e historiador canadiense, nacido el 11 de agosto de 1961 en Toronto, Ontario. Desde hace más de 20 años ha trabajado para distintos medios escritos como The New Yorker, The Washington Post, Forbes, The Public Interest, The Wall Street Journal, entre otros. A lo largo de su carrera se ha desempeñado en distintos campos, desde ser corresponsal internacional en Europa, África y el Medio Oriente, hasta ser editor de diarios o reseñador de libros y cine. A partir del 2003, Brooks empezó con su columna en el New York Times y también contribuye como comentarista en radio y televisión.

El New York Times es calificado como un diario de tendencias liberales; sin embargo, dentro de su espacio de opinión hay columnistas de distintas corrientes. Brooks es uno de ellos, su columna es ‘Op-Ed’, es decir, opuesta a la línea editorial del periódico o que no necesariamente está afiliado a sus directrices, sino que simplemente expresa las opiniones del autor. De David Brooks se sabe que tiene una ideología conservadora moderada aunque a veces parece mostrarse como alguien de centro y objetivo, como lo veremos a lo largo de este escrito.

La argumentación de Brooks se puede calificar como ecléctica, ya que no se empeña en criticar únicamente el lado negativo de lo que está en desacuerdo, y de casi todos los casos de estudio o de las opiniones opuestas busca encontrar aspectos que le ayuden a construir su propuesta. Por ejemplo, en una de sus columnas Brooks hace una revisión del famoso libro de Samuel Huntington “The Clash of Civilizations” en relación con las sublevaciones que sucedieron en algunos países africanos islámicos. Aquí, Brooks no se mete con Huntington personalmente, reconoce la calidad de su ensayo y su acierto en decir que los regímenes islámicos son débiles, pero refuta su tesis que los países árabes van a hacer la gran amenaza mundial porque sus valores culturales y religiosos entran en conflicto con occidente. Por el contrario, Brooks propone que las movilizaciones acontecidas en países como Túnez y Egipto demostraron que la libertad y el pluralismo son valores que oriente comparte con occidente. Al final, la columna dice que tal vez Huntintgton pueda tener la razón algún día, y Brooks considera que las poblaciones islámicas se independizarán también según sus propios caminos, pero sin olvidar que las aspiraciones humanas empiezan a tener semejanzas que no conocen fronteras y que la historia está abierta a cualquier cambio. Así, estamos ante un columnista que no es radical ni ‘mamerto’ en ideología, sin que esto quiera decir que sea incapaz de proponer cosas concretas. Y creo que ese es el éxito de sus columnas, porque le permite generar ideas balanceadas, innovadoras y coherentes.

David Brooks es un tipo de la academia y de la política. En sus columnas frecuentemente se vale de investigaciones sociales, las da a conocer y nunca deja de pasar la oportunidad para aplicar los conceptos al terreno político. Es así como su estructura básica de columnas parte de un hecho concreto, lo aborda desde distintas perspectivas y sectores, mide sus consecuencias a futuro y finalmente lanza su propuesta o punto de vista encarado a proponer nuevas dinámicas políticas y sociales. Por eso, Brooks no habla cualquier cosa, sus columnas tienen un piso y no existe un escrito netamente introspectivo, puesto que siempre busca tener un sustento teórico, histórico o académico que le permita validar sus pensamientos. De esta manera, Brooks puede hablar de las nuevas investigaciones científicas sobre los énfasis en la educación de las emociones y los sentimientos sin privilegiar a la razón, para luego decir que un cambio cultural de ese tipo podría transformar la manera como los políticos ven el mundo. En este punto, este columnista también demuestra que está al frente de lo que se hace en la academia y en muchas ocasiones propone nuevos paradigmas que no es común escucharlos en otras columnas.

En esta parte se puede pasar a dos temas claves en las columnas de Brooks: el contrapeso para la reiteración académica y la política como su vicio al escribir. En primer lugar, podría ser un tanto aburrido leer muy a menudo datos estadísticos o resultados de investigaciones universitarias; sin embargo, a excepción de los datos económicos, Brooks se las arregla para que sus consultas no sean las típicas que no atraen la lectura y puede dar a conocer estudios sobre cómo en la actualidad ha aumentado el exceso de confianza y egolatría en las personas hasta el punto que los jóvenes universitarios prefieren recibir un cumplido a tener sexo. No obstante, lo que a veces cansa de Brooks es que para él todo puede tener implicaciones políticas, y relaciona el aspecto anterior con la pérdida de los valores ciudadanos y su repercusión en las crisis fiscales. Aunque, a decir verdad, eso también es porque Brooks marca un estilo claro: interrelacionar la cultura con la política. Y eso, a mi modo de ver, no está nada mal.

De esta manera, David Brooks hace buen seguimiento de los temas que trata en sus columnas, es decir, no se queda en escribir algo una sola vez sino que también retoma cosas que ya haya dicho y a la vez promete nuevas columnas que aborden las temáticas desde otras perspectivas. Esto se puede explicar por la frecuencia con que publica, ya que hace dos entregas por semana y por lo tanto tiene más espacio para extenderse en ciertos aspectos. No obstante, esto no quiere decir que sea repetitivo, y pienso que su manera de renovarse consiste en alternar las entradas de sus columnas que incluyen preguntas, historia, datos curiosos, conceptos, citas, investigaciones, titulares, experiencias personales o premisas contundentes como abrebocas para desarrollar sus escritos.

Además, Brooks sabe combinar sus saberes con una buena escritura. Utiliza párrafos cortos, oraciones independientes para orientar los cambios de enfoque y emplea recursos que le dan ritmo a la lectura. Sus escritos son serios pero a veces pone algo de humor en lo que se dice. Por ejemplo, Brooks se leyó “El libro verde” de Qaddafi para decir que este señor descubrió que “las mujeres menstrúan y los hombres no”. Y es que Brooks, al preocuparse continuamente por el comportamiento y pensamiento humano, también se interroga por el lenguaje y reconoce que la herramienta con la que trabaja debe emplearse con cuidado, hasta el punto que escribió una columna sobre el uso de las metáforas y sus repercusiones en la manera como percibimos el mundo.

Así como David Brooks se dirige a los líderes políticos norteamericanos e internacionales, también es frecuente que haga un llamado a la sociedad. Para este columnista, es fundamental la participación pública en los cambios estructurales, y por eso crítica las falencias en el gobierno que no tienen en cuenta a los ciudadanos o a los mismos ciudadanos que no protestan por las acciones gubernamentales erróneas. Entonces, se puede decir que estamos ante un humanista porque busca proponer nuevas maneras en las que se relacionan los individuos, tratando de hacer un balance entre las distintas conductas y valores que se presentan en las situaciones que expone. Por tanto, su público está constituido por aquellas personas que se interesan por los acontecimientos políticos pero que desean aprender o percibir algo más desde la parte humana y cultural, ya sea el incumplimiento de las promesas de Obama en relación con su personalidad impredecible, o por qué Donald Trump es un personaje que sale de las entrañas de la cultura americana.

Finalmente, pienso que vale la pena leer las columnas de David Brooks. A pesar de que escribe dos veces por semana, sus temas son diversos y no sólo abordan cuestiones exclusivamente de Estados Unidos, ya que hay muchas alusiones a problemas sociales y éticos sin importar contextos específicos. Así mismo, su manera de escribir es rica en recursos y formas, y por lo general se basa en distintas investigaciones académicas vanguardistas para exponer sus argumentos. En conclusión, creo que leer a Brooks significa entender la importancia de ver las dos caras de la moneda y sacar provecho del argumento contrario. Es así como se atreve decir que Osama Bin Laden fue un ser ‘premoderno’ y ‘postglobalizado’, alguien que fue capaz de enmarcar narrativas y promover la acción de los individuos, pero que sólo sería bueno alguien así si está a favor del bien de la humanidad. Y por supuesto, es evidente que para escribir hay que leer mucho y variado, para poder ser también ecléctico en la elección de los temas y para alternar las maneras de presentar los argumentos.

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